¿Que Hacer?

Mariela Leal

Mariela Leal trabaja desde el fantasma de la abundancia y la crisis de representación de la ciudadanía. Esta obra es una metáfora que describe por exceso  la fuente alimenticia cuya expansión  satura el espacio visible,  impidiendo el acceso al reparto simbólico de la justicia en la ciudad. La manufactura ampliada que ocupa este espacio se levanta como un objeto de deseo  reparatorio que reclama el lugar para edificar la hospitalidad del arte.

 

Justo Pastor Mellado (Critico de arte)

 

Bienal Sur

Nene Avalos

Nene Avalos

Laura Velasco

Silvia Fernández

Ezequiel Morcillo

Ezequiel Morcillo

Rolando Brizuela

Nene Avalos

Nene Avalos

Nene Avalos

Laura Velasco

Silvia Fernández

Ezequiel Morcillo

Ezequiel Morcillo

Rolando Brizuela

REPENSANDO LO CERCANO

“Mariela Leal, artista argentina que reside y trabaja en Santiago de Chile, presentó en la Fundación Migliorisi de Asunción, Paraguay, durante septiembre de 2005, una instalación con varios objetos de paño, de diferentes tamaños, y unas imágenes fotográficas en cajas de luces.Los objetos fueron realizados artesanalmente con una tela brocatada de color arena; en los mismos, resaltan los ojos celestes aplicados y ciertas mutaciones y/o ausencias de sus miembros. Pero todos sus objetos son osos de peluche, únicos y disparejos: unos duermen, otros sueñan, cuerpos que se abrazan, cabezas que nos miran, fragmentos que simplemente están, son, existen. Distribuidos cuidadosamente por la artista en el espacio expositivo, crean, al principio, una impresión de unidad, familiaridad y amparo, y, seguidamente, tras verlos como peluches partidos, cambiados y fuera de escala, una sensación de desasosiego. En efecto, las obras y su montaje evocan el fenómeno paradójico que Sigmund Freud denominó “lo siniestro”: algo ordinario que, merced a una desorientación incluso ligera, revela una extrañeza oculta, haciendo que salgan viejos temores olvidados y se hundan antiguas certezas.No obstante, algunos espectadores podrán percibir un sutil regocijo fetichista en estas piezas –y la artista es consciente de ello-, en la medida en que todo muñeco, como juguete y objeto personal que escolta memorias íntimas, es siempre un compañero de nuestros primeros sueños, miedos, ansiedades y fantasías más secretas. Asimismo, se podrían contemplar en estos muñecos las alusiones simbólicas de la cabeza y del oso, ya que todos son osos reinterpretados y alterados, y en casi todos resaltan sus cabezas, en las que relucen ojos celestes. Como sabemos, la cabeza es considerada, junto con el corazón, la parte principal del cuerpo, el lugar donde reside la fuerza vital y desde donde parte toda mirada hacia la realidad. Y el oso es símbolo de resurrección (por salir en primavera de la cueva donde hiberna acompañado de su osezno recién nacido); nueva vida, de ahí que represente la iniciación y se le asocie a los ritos de paso. Por tanto, cabrían añadirse al contenido de este planteamiento artístico las especulaciones de juguete-fetiche, fracción vital del cuerpo e idea de regeneración.Seguidamente, existe en este trabajo un doble juego entre realidad e ilusión, o entre lo real y su doble. Por un lado, estas obras representan, evidentemente, un objeto real corriente. Y como reproducciones de ositos de juguete fragmentados, si bien a tamaños desiguales y exagerados, siguen siendo creíbles, aunque -a pesar de la fidelidad en sus formas y materiales- la desproporción hace que las piezas pasen a ser desconcertantes e inciertas. Por otro, las obras enredan un ilusionismo. Pero aquí el ilusionismo se emplea no para cubrir el espacio real con objetos simulados, sino para redescubrirlo en sus propias mercancías cambiadas, para replantear lo extraño que, sin embargo, puede resultar algo tan familiar como un oso de peluche. Y la nota macabra, en el mismo campo de la ilusión, se ve recargada por las partes faltantes, deformes o parcialmente mutiladas.Los peluches y el recorrido espacial de la instalación no crean una falsa apariencia para engañar, sino una inquietante apariencia real que genera lecturas combinadas. Y en esa línea están también las fotografías de los propios peluches sobre fondo negro y dentro de cajas lumínicas. A través de ellas, los objetos se muestran retratados e inmortalizados. Una idea de lucha contra el tiempo, la desaparición y la ilusión: la certeza de no ser reproducción, sino generación del doble exacto. Precisamente es la fotografía, al final, la que nos devuelve esa presencia extraña del objeto en imagen y nos impone su realidad. Podríamos decir que las fotos no muestran tan sólo peluches que han sido, sino también -y ante todo- revelan qué han sido. Para situar la propuesta de Leal, podríamos establecer una relación con obras de otros artistas que también acuden en sus montajes al objeto de los peluches para cuestionar la realidad, pero que representan posiciones diferentes. Nos estamos refiriendo, en concreto, a Philippe Parreno y Mike Kelley, dos referentes del arte contemporáneo. Desde cierta perspectiva, la obra de Leal; es decir, la instalación que venimos comentando, bien puede encajar en un camino intermedio (lindante por los extremos con estos dos autores) entre sus universos quiméricos y conceptuales.Con relación al primer autor con el que se establece la conexión -Philippe Parreno, argelino que reside y trabaja en París- se observa que éste en sus proyectos analiza, sobre todo, el campo incierto entre la ficción y la realidad. La obra que mejor puede concordar para el caso es su instalación “Traffic”, presentada en el Musée d’Art Contemporain de Bourdeos, en 1996,  que contaba con 2 mesas y 8 osos de peluche mirando una pantalla en la que se proyectaba una historia con los mismos osos de peluche como protagonistas. Parreno recurre a objetos de la realidad, existentes en el mercado, y los enriquece con sus propias ideas, en su mayoría narrativas. Proyecta su historia de nuevo en escena, centra la mirada en determinados aspectos formales del contexto y contrapone la experiencia como espectador/actor de su representación de la realidad.Aunque a Leal también le interesa la impresión ante la realidad fundada con sus peluches, éstos no son un remedo literal de los existentes en el mercado, y la intención de la artista va más allá de la apariencia formal de los objetos o del propósito de convertirlos en protagonistas de una novela. Su montaje construye un equivalente del mundo, no una copia; discurre, por así decirlo, en paralelo con la realidad a la que se refiere. Una realidad donde todas las cosas son mudables, incompletas e imperfectas. Analizando así la propuesta, podríamos decir que Mariela Leal enajena objetos infantiles que retornan del pasado, pero reconstruyéndolos uno a uno, todos ellos distorsionados en escala y con un toque melancólico, anómalo y misterioso.Respecto al segundo autor con el que podríamos establecer alguna filiación -Mike Kelley, norteamericano que reside y trabaja en Los Ángeles-, podemos mencionar su conocido proyecto, de varias partes, “Half a man”, 1987-1991. Dicho trabajo constaba, entre otras cosas, de muñecas desgastadas, animales de peluche andrajosos, colchas de ganchillo y aparatos de cassettes. En los animales de trapo, reales y usados, Kelley vio modelos idealizados, asexuales, con los que los niños se adaptan a las normas familiares y sociales. Las huellas de un uso intenso se convirtieron para el artista en una imagen de cómo las coacciones se transmiten de una generación a la siguiente y de las relaciones entre el placer y el sinsabor oculto.La posición que ocupa Leal respecto a Kelley es, desde luego, de coincidencia en algunos aspectos. En concreto, la concepción de que los peluches, en conjunto y como juguetes-fetiche, encierran sutiles conexiones entre sentimientos de represión y sublimación, normalidad aparente, vouyerismo y el denominado “otro”. No por ello Leal pretende una simple utilización de objetos usados como símbolos de complejas contradicciones de la realidad, sino más bien le interesa hacernos ver lo real a través de un nuevo objeto figurado/desfigurado y de las evocaciones que originan sus mutaciones. Toda su propuesta se constituye a la manera de un espacio desde el cual mirar, y como metáfora de esta idea están los “evidentes” ojos celestes. Y si algo se percibe en ese nuevo espacio de contemplación, creado por nuestra artista, es la fragmentariedad, la persistencia del fragmento dentro del objeto y el carácter alienante que el objeto adquiere en relación con el mundo que “mira”.Mariela Leal sabe igualmente que todos los objetos en constante contacto con las personas, como en este caso los peluches, acaban volviéndose entes animados. En esta perspectiva, su instalación es tan perspicaz y profunda como contradictoria: a la vez que nos permite contemplar el mundo cercano, nos aparta de él, y sólo porque nos aleja, nos está permitido contemplarlo; a la vez que la artista nos hace descubrir lo irritantemente vivaces que son sus peluches, los exhibe aterradoramente inertes.Mientras el hombre actual se ha convertido en el desamparado de un mundo civilizado repleto de objetos desvaídos, carentes de un sentido humano, Mariela Leal nos propone, con esta instalación, un territorio de reflexión sobre la inmediación de lo real a partir de un objeto sonado: el oso de peluche, pero como factor de relectura y transformación. Un enclave en el que la verdadera “grandeza” estaría en los detalles/fragmentos inexplorados y desapercibidos. Y en ese experimento, toda la instalación, con los objetos desmedidos, transformados y fotografiados, nos induce repetidamente al extrañamiento y a la perturbación, ambos esenciales para repensar la contigüidad en la realidad y revelar aspectos tan sutiles y evanescentes, que suelen resultar invisible a la mirada ordinaria.”